La muerte ha hecho evidente una grieta en la relación de Lucas y Paula, una
fisura por la que, en lugar de luz, se filtra el dolor de todos los duelos y todas
las pérdidas. Para encontrar un refugio ante la pena, la pareja decide viajar a La
Perlita, una isla escondida en el Caribe. Allí, Lucas sospecha que la naturaleza se
ha tomado a su esposa, que desaparece sin rastro entre el agua, devora mangos
como si fueran pajaritos y se hace cómplice de la fauna de la isla, arrasando con
todo a su paso.
Pero nada en esta isla es un refugio; la vegetación se extiende como el miedo
en la psiquis de los personajes. Entre sueños del pasado, correspondencias se-
cretas, polvos tristes, correos electrónicos, funerales y orgías se construye esta
novela psicológica en la que, a cuentagotas, se nos ofrece la verdad compleja
que Paula y Lucas esconden. Una verdad que reafirma, en la inverosímil fertili-
dad del Caribe, nuestra soledad más esencial.