Con maestría, Brane Mozetic se trepa al potro del sueño y así nos lleva de las narices por
territorios astillados, de fragmento en fragmento a través de horizontes imposibles.
Devenimos pequeños Nemos, vamos saltando con él de una escena a otra, los momentos se
suceden y se superponen hasta caer de la cama y, de pronto, descubrirnos en casa: a cobijo,
y algo así como más despiertos.
Mozetic despliega estas cartas de navegación que de entrada comprendemos y aceptamos.
Un artificio fácil de acatar y olvidar: la dinámica onírica abre territorios, léxicos propios.
Pero nada es tan simple en el sueño. Y menos en los poemas.