Este libro tiene magia. Pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que es difícil
explicar. En el transcurso de sus páginas, Milo, que empieza siendo un chico, deja la infancia
para siempre mientras se apaga la vida de Silvestre, el viejo que lo crio. La historia sucede en
un presente absoluto: nada sabemos del pasado de los personajes y sin embargo sabemos
todo lo necesario. Como en un juego de tiempos que se entrecruzan a distinta velocidad, los
sucesos son muchos y son esenciales y sin embargo el mundo parece quieto, igual a sí mismo:
el río inmóvil, la Costanera Sur, la estatua de Viale, la fuente de Lola Mora, el paredón de la
usina eléctrica, el puerto, los barcos
En un escenario de tristeza y deterioro, con una melancolía infinita, Conti se arriesga a
jugar con la capacidad de sus personajes para encontrarse a sí mismos.