Hebdómeros es una novela sin historia, aunque se la lee como si la tuviera. Su protagonista, una especie de "metafísico", se despliega a través de diversos paisajes y situaciones, solo o acompañado por una banda sombría de jóvenes discípulos. Su ascendencia se remonta a Maldoror, Manfred y Melmoth, tamizados a través de Nietzsche. Pero si Hebdómeros comparte la melancolía épica de otros superhombres románticos del siglo XIX, también tiene una cepa socrática que lo distingue. A diferencia del héroe de Los Cantos de Maldoror de Lautréamont, que está comprometido con el mal, Hebdómeros no se compromete: "Sus teorías de la vida varían de acuerdo a la suma de sus experiencias". Sus acciones y pronunciamientos, y el movimiento de la obra en su conjunto son siempre inesperados y así adquieren un poder de persuasión que a la novela de Lautréamont, con toda su loca belleza, le falta.
Hebdómeros es un libro misterioso. De Chirico lo escribió una década después de que su genio como pintor se hubiera evaporado misteriosamente. Lo escribió en francés, una lengua que no era la suya. La calidad hipnótica de Hebdómeros procede de su increíble estilo de prosa. El lenguaje de Giorgio de Chirico, como su pintura, es invisible: un medio transparente pero denso que contiene objetos que son más reales que lo real.
(John Ashbery)
Hebdómeros es incomparable en su aliento y belleza. Hoy tiene toda la inquietante extrañeza que tuvo en el primer momento, una experiencia de lectura que desafía la atención, entre la alucinación y la amnesia, modelo de libertad, de rara elegancia, de triunfo donde casi todos fracasan: en el uso literario del material onírico (tal vez porque aquí los sueños pasan a través de la imagen creada por una vigilante conciencia piórica). Página tras página vemos pasar como en un cine sin reglas paisajes transitados por guerreros antiguos, interiores burgueses, cacerías, naufragios, cafés de artistas y poetas, espacios y tiempos desplazándose unos en otros mediante la simple magia de una escritura límpida.
(César Aira)