Roma no fue simplemente una ciudad que construyó un imperio, que luego cayó, sino principalmente una máquina social para producir un tipo de subjetividad, que luego fue transformándose en otro distinto. Esta primera Roma fue la anomalía del mundo antiguo, montada sobre la captura de excedente extraordinario durante cuatro siglos, que hizo florecer a la figura del individuo soberano en una ciudad cósmica; cuando este flujo cesó, Roma se transformó en una sociedad en la que el individuo se iba desdibujando a medida que se empobrecía y desaparecía la polis como organización urbana. Roma se volvió imperio cristiano, y poco después el Estado central se contrajo y su ejército se volvió bárbaro. La porción occidental quedó en manos de jefes bárbaros -creados por la política imperial-, mientras que en el Oriente, administrado por el emperador, el deseo de devenir-divino se expresó en un conflicto teológico, que duró siglos y se intensificó a medida que la figura del individuo se hacía más y más débil hasta que se redujo al mínimo. Luego una oleada de seminómadas invadió las provincias orientales e impuso un orden social simplificado y una religión más adecuada a este individuo mínimo, que ya no podía ni quería ser soberano, sino que deseaba la sumisión [Islam] a un Dios trascedente. Este proceso duró 800 años hasta que Constantinopla fue conquistada por los turcos... La historia de Roma es la historia de configuraciones sustentadas en el devenir afectivo de la subjetividad. Roma nunca cayó, tan sólo se transformó en lo que hoy somos.