Agatha

Toda obra de arte tiene una vida secreta. Muchas veces se trata de una existencia que le resulta incógnita a la obra misma. Como la persona que la ha creado, también la obra es posible sólo gracias a una larga cadena de azares, lecturas inesperadas, sucesos imprevisibles. Así pues, en las entrañas de la pieza de teatro que Marguerite Duras quiso llamar Agatha, podemos atisbar libros que le prestaron parte de su voz -especialmente El hombre sin atributos, de Robert Musil-, como también la comprensión que la autora ha alcanzado sobre la profundidad y maleabilidad del hecho amoroso.
Es ese conocimiento íntimo y arduo, recurrente en las obras de Duras, lo que sustenta esta obra: ese haber transitado una y otra vez por los pasillos y habitaciones que construye el deseo, tocando sus paredes, escuchando tras ellas el presentimiento del mar.