Esto no implica que el psicoanálisis se desentienda de la historia. La contingencia de su descubrimiento y la necesidad del despliegue de las consecuencias de tal descubrimiento tuvieron su condición de posibilidad en un tiempo histórico en que la modernidad disolvió algunos lazos e instauró otros que sólo se afirmarían por su negación. Prevalecerá en ellos ese rasgo de precariedad del lazo filiatorio que encuentra a través de la novela familiar una resolución en la que el padre no es el padre, en la que la madre se desdobla, en la que la trama edípica cicatriza la pérdida y el desarreglo que el lenguaje imprime en la sexualidad.
De ahí que la paternidad, y el desamparo que es su núcleo paradojal, alcance su eficacia por un acto de invocación. Lacan encontró en el doble estatuto del nombre, como sustantivo y como verbo, una figura apropiada para la función filiatoria del padre.
En esta modernidad, la ley se convirtió en una puerta siempre abierta, pero que, a cada uno de nosotros, campesinos kafkianos, nos deja la entrada librada a un acto. Entrada a una colonia penitenciaria en la que una rastra imprime en sus condenados marcas en el cuerpo tanto más indelebles cuanto ilegibles.
Lo que Freud llamó superyó es la incidencia feroz de la conjunción entre esas dos dimensiones de la ley, la que obliga y constriñe a la obediencia, y la que exige la interpretación de lo que su raíz equívoca, ambigua, vocifera silenciosamente.